Pensando lo Impensable y los Periódicos

Pensando lo Impensable y los Periódicos

Sobre el futuro de la prensa de papel en el nuevo mundo digital

Allá por 1993, la cadena de periódicos Knight-Ridder empezó a investigar quién pirateaba la popular columna de Dave Barry, publicada en el Miami Herald y ampliamente sindicada. En el proceso de rastrear las fuentes de distribución sin licencia, encontraron muchas cosas, como por ejemplo la copia de su columna en usenet en alt.fan.dave_barry; una lista de correo con 2000 subscriptores también leía versiones pirateadas; y un adolescente del medio oeste estadounidense que hacía él mismo algunas de las copias, por que adoraba tanto el trabajo de Barry que quería que todo el mundo pudiese leerlo.

Una de las personas con las que pululaba en la red por aquel entonces era Gordy Thompson, encargado de los servicios de Internet del New York times. Recuerdo a Thompson diciendo algo por el estilo de "Cuando un chaval de 14 años puede reventarte el negocio en su tiempo libre, no por que te odie sino por que te adora, entonces tienes un problema". Últimamente pienso mucho en esa conversación.

El problema al que se enfrentan los periódicos no es que no viesen que llegaba Internet. No sólo la vieron a kilómetros, se imaginaron bastante pronto que necesitaban un plan para manejar la situación, y durante el principio de los 90 dieron con, no sólo uno sino varios, planes. Uno era asociarse con compañías como America Online, un servicio de subscripción de rápido crecimiento que era algo menos caótico que el resto de la Internet. Otro plan era educar al público sobre el comportamientos que se esperaba de ellos según las leyes del copyright. Se propusieron nuevos modelos de pagos como los micropagos. Como alternativa, podían ir tras los margenes de beneficios que había en radio y TV si acababan financiándose con publicidad. Otro plan más fue convencer a las firmas tecnológicas para que hicieran sus aparatos y programas menos capaces de compartir, o asociarse con las redes de datos que manejaban el negocio para pedirles lo mismo. Y luego estaba la opción nuclear: enjuiciar directamente a los infractores del copyright, y usarlos de ejemplo.

Según se articulaban estas ideas, había un debate intenso sobre los méritos de diversos escenarios. ¿Que funcionará mejor, los jardines cerrados o el DRM?, ¿No deberíamos intentar algo como poner una zanahoria al final de un palo, con educación y persecución judicial?. Y así más. Durante toda esta conversación, hubo un escenario que fue ampliamente aceptado como impensable, un escenario que no tuvo mucha discusión en las salas de prensa nacionales, por motivos obvios.

El escenario impensable se desarrollaba más o menos así: la capacidad de compartir contenido no disminuiría, crecería. Los jardines cerrados terminarían siendo impopulares. La publicidad digital reducirá ineficiencias y, por tanto, margenes de beneficios. El desagrado por los micropagos evitará que se extiendan. La gente se resistirá a ser educada para actuar contra sus propias querencias. Las viejas costumbres de anunciantes y lectores no migrarán a la red. Incluso las feroces demandas serán inapropiadas para limitar las infracciones masivas y continuadas a la ley. (De vuelta a la prohibición). Los fabricantes de hardware y software no reconocerán como aliados a los tenedores del copyright, ni como enemigos a sus clientes. El requisito del DRM de que el atacante podrá descifrar el contenido será un defecto insuperable. Y, como decía Thompson, demandar legalmente a alguien que adora algo hasta querer compartirlo hará que se cabreen.

Las revoluciones crean una curiosa inversión de la percepción. En tiempos normales se etiqueta como pragmáticos a la gente que no hace más que describir el mundo a su alrededor, mientras que los radicales son aquellos que imaginan fabulosos futuros alternativos. Pero el último par de décadas no han sido normales. En los periódicos, los pragmatistas eran los que simplemente miraban por la ventana y se daban cuenta que el mundo real se parecía cada vez más al escenario impensable. A estos se los trataba como si fueran unos enajenados mentales. Mientras tanto, la gente que hacía girar visiones de populares jardines cerrados, y adopción entusiasta de micropagos (visiones para nada apoyadas por la realidad), no era tratada como charlatanes sino como salvadores.

Cuando a la realidad se la etiqueta de impensable, se crea un tipo de enfermedad en la industria. El liderazgo se vuelve una cuestión de fe, mientras que a los empleados que tienen la temeridad de sugerir que lo que parece estar pasando es, de hecho, lo que está pasando se les amontona en los Departamentos de Innovación, para poder ignorarlos en bloque. Este alejamiento de los realistas en favor de los fabulistas ha tenido distintos efectos en distintas industrias en distintos momentos. Uno de los efectos en los periódicos es que muchos de sus más apasionados defensores son incapaces, incluso ahora, de hacer planes para un mundo en el que la industria que conocen está desapareciendo visiblemente.

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Lo curioso de los distintos planes confabulados en los 90 es que todos eran, básicamente, el mismo plan: "¡Así es como vamos a conservar los viejos modelos de organización en un mundo de copias perfectas baratas!". Los detalles eran distintos, pero la asunción de fondo tras todos los posibles resultados imaginados (excepto del impensable) era que la forma de organización de un periódico, como vehículo genérico para publicar un puñado de noticias y opinión, era mayormente sensata y sólo necesitaba un lifting digital. Como resultado, la conversación ha degenerado en un tirar alegremente de un hilo tras otro, seguido de respuestas escépticas.

"El Wall Street Journal cobra por contenidos, ¡Nosotros también podemos!". (La información financiera es una de las pocas clases de información que los receptores no quieren compartir). "Los micropagos funcionan para iTunes, ¡También funcionarán para nosotros!". (Los micropagos sólo funcionan cuando el proveedor puede evitar modelos de negocio competitivos). "¡El New York Times debería cobrar por su contenido!". (Lo han intentado, con QPass y luego TimesSelect). "¡A Cook's Illustrated y Consumer Reports les va bien con subscripciones!". (Estas publicaciones han renunciado a los ingresos por publicidad, los usuarios no pagan sólo por el contenido, sino por impecabilidad). "¡Formaremos un cártel!" (...y le daréis una ventaja competitiva a todos los medios del planeta financiados por publicidad).

Y una y otra vez se repite, con la gente que está dispuesta a salvar los periódicos exigiendo saber "Si el modelo antiguo está roto, ¿qué funcionará en su lugar?". Para lo que la respuesta es: Nada. No funcionará nada. No hay un modelo general para los periódicos que substituya el que la Internet acaba de romper.

Con la antigua economía destruida, las formas de organización perfeccionadas para una producción industrial se han cambiado por estructuras optimizadas para datos digitales. Incluso cada vez tiene menos sentido hablar de una industria del periodismo, por que el problema central que el periodismo soluciona --la increíble dificultad, complejidad, y gastos de hacer algo disponible al público-- ya no es un problema.

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El tratamiento magistral de Elisabeth Eisenstein sobre el invento de Gutenberg, "The Printing Press as an Agent of Change" [La prensa como agente de cambio], comienza con un despiece de su investigación sobre la historia temprana de la prensa. Elisabeth pudo encontrar numerosas descripciones de la vida al principio del siglo XV, la era anterior a los tipos móviles. La literatura era limitada, la Iglesia Católica era la fuerza política paneuropea, las misas eran en latín, y el libro estándar era la Biblia. También pudo encontrar innumerables descripciones de la vida a finales del XVI, después de que el invento de Gutemberg se hubiera vuelto popular. El auge de la literatura, así como de los libros escritos en lenguajes contemporáneos, Copérnico publicó su obra cumbre en astronomía, y el uso de la prensa por parte de Martín Lutero para la reforma de la iglesia estaba derrotando tanto la estabilidad religiosa como política.

Pero en lo que Eisenstein se centró, fue en cuantos historiadores ignoraron la transición de una era a la otra. Describir el mundo antes o después de la difusión de la prensa era un juego de niños, entre esas fechas hay un amplio margen de seguridad. Pero, ¿que estaba pasando en 1500?. La pregunta difícil que se hace el libro de Eisenstein es: "¿Cómo llegamos del mundo anterior a la prensa al mundo que vino después?, ¿Qué pinta tenía la propia revolución?".

Pues resulta que fue un caos. La Biblia se tradujo a las lenguas locales, ¿fue una bendición educativa u obra del diablo?. Apareció la novela erótica, trayendo las mismas preguntas. Copias de Aristóteles y Galeno circularon ampliamente, pero un enfrentamiento directo de los textos relevantes revelaba que las 2 fuentes se contradecían, desluciendo la fe en Los Antiguos. Según se esparcía la novedad, las viejas instituciones parecían desgastadas y las nuevas poco fiables; como resultado la gente, casi literalmente, no sabía qué pensar. Si no te puedes fiar de Aristóteles ¿de quién te puedes fiar?.

Durante la rápida transición a la imprenta, los experimentos sólo se revelaron en retrospectiva como puntos de inflexión. Aldo Manucio, el impresor, inventó el volumen octavo, más pequeño, junto con la tipografía cursiva. Lo que pareció un cambio menor --reducir el tamaño de un libro-- retrospectivamente fue una innovación clave en la democratización de la palabra impresa. Conforme los libros se abarataban, se hacían más transportables, y por tanto más deseables, expandieron el mercado para todos los impresores, aumentando todavía más el valor de la alfabetización.

Así es como son las revoluciones de verdad. Al barco le entra más agua de la que los tripulantes pueden achicar. La importancia de un experimento dado no es aparente en el momento en que aparece; los grandes cambios se atragantan, los pequeños cambios se esparcen. Ni siquiera los revolucionarios pueden predecir lo que pasará. Los acuerdos en todas partes para proteger las instituciones centrales se vuelven papel mojado por la propia gente que realiza los acuerdos. (Ambos, Lutero y la Iglesia insistieron durante años que, sea lo que sea lo que pasara, nadie iba a hablar de ningún cisma). Los arcaicos trapicheos sociales, tras ser rotos, no se pueden remendar ni substituir con rapidez, ya que a estos trapicheos les lleva décadas solidificarse.

Y así llegamos a hoy. Cuando alguien exige saber cómo vamos a substituir a los periódicos, en realidad están exigiendo que le digan que no estamos pasando por una revolución. Están exigiendo que les digan que los viejos sistemas aguantaran sin romperse hasta que hayamos inventado y desarrollado los nuevos sistemas. Están exigiendo que les digan que los arcaicos trapicheos no están en peligro, que no afectará a las instituciones centrales, que los nuevos métodos de difundir la información mejorarán las prácticas antiguas en vez de destruirlas. Están exigiendo que se les mienta.

Cada vez menos gente es capaz de contar semejante mentira con convicción.

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Para saber por qué los diarios tienen tal problema, el hecho más notable es este: montar y hacer funcionar las imprentas es aterradoramente caro. Este poquito de economía, normal desde Gutemberg, limita la competencia al tiempo que crea ingresos de escala positivos para el propietario de la prensa, una pareja feliz de efectos económicos que se alimentan entre sí. Imaginando un pueblo con dos diarios perfectamente equilibrados, un diario acabará generando una pequeña ventaja --una historia en primicia, una entrevista clave-- y en ese momento tanto anunciantes como lectores empezarán a preferirlo, aunque sea mínimamente. Entonces este diario lo tendrá más fácil para cazar el próximo dolar de publicidad, con menor gasto, que la competencia. Esto aumentará su dominación, que afianzará más esas preferencias, y repite el estribillo. Al final, o bien se segmentan demográfica o geográficamente los diarios, o bien un diario monopoliza la audiencia mayoritaria local.

Por mucho tiempo, de hecho más de lo que nadie en la industria periodística lleva vivo, el periodismo impreso ha estado entretejido con esta economía. Los gastos de impresión crearon un entorno en el que Wal-Mart quería financiar al corresponsal en Bagdad. Esto no sucedió por ninguna conexión profunda entre la publicidad y el periodismo, ni tampoco por ningún deseo real por parte de Wal-Mart de destinar el presupuesto de publicidad a corresponsales internacionales. Fue, sencillamente, un accidente. Los anunciantes no pueden elegir que su dinero se use de otra forma, ya que realmente tampoco tienen otro vehículo para los anuncios.

Las viejas dificultades y costes de la imprenta obligaban a cualquiera que se dedicase a ello, a trabajar en un grupo parecido de modelos de organización; es esta similaridad la que nos hace pensar que el Daily Racing Form y L'Osservatore Romano están en el mismo negocio. Que la relación entre anunciantes, impresores, y periodistas haya sido ratificada por un siglo de prácticas culturales no hace que sea menos accidental.

Los efectos anticompetencia de los costes de impresión han sido destruidos por Internet, donde todo el mundo paga la infraestructura, y todo el mundo puede usarla. Y cuando Wal-Mart, y el distribuidor local de electrodomésticos, y el despacho de abogados al contratar una secretaria, y ese chaval del barrio que quiere vender su bici, han sido todos capaces de usar esa infraestructura para salir de su antigua relación con los impresores, lo han hecho. De todos modos, tampoco se habían subscrito para financiar al corresponsal en Bagdad.

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La prensa hace gran parte de la labor periodística pesada, desde inundar la zona --cubrir cada ángulo de una gran historia--, al machaque diario de atender a las reuniones del Ayuntamiento, sólo por si acaso. Esta cobertura crea beneficios incluso para la gente que no lee el diario, porque el trabajo de los periodistas lo usa todo el mundo, políticos, fiscales del distrito, presentadores de radio, incluso bloggers. La gente de los periódicos suelen notar que los periódicos benefician a la sociedad como un todo. Esto es cierto, pero irrelevante al problema tratado; "¡Nos echarás de menos cuando no estemos!" no es mucho modelo de negocio. Y si una parte de la gente empleada por los diarios pierde su trabajo, ¿quien cubre todas esas noticias?.

Yo no lo se. Nadie lo sabe. Estamos viviendo colectivamente en 1500, cuando era más fácil ver lo que está roto que lo que lo substituirá. Internet cumple 40 años este invierno. El acceso por parte del público general es menos de la mitad de esa edad. El uso de la web, como parte normal de la vida para la mayoría del mundo desarrollado, es menos de la mitad de esa edad. Acabamos de llegar. Ni siquiera los revolucionarios pueden predecir lo que sucederá.

Imagina, en 1996, pedirle a algún alma internetera que te detalle el potencial de craigslist, por entonces de 1 año y aún por extenderse. La respuesta que casi seguro habrías obtenido sería extrapolación: "Las listas de correo pueden ser herramientas muy potentes", "Los efectos sociales se entretejen con las redes digitales", bla bla bla. Lo que nadie te hubiera dicho, ni podría haberte dicho, era lo que realmente sucedió: craigslist devino una pieza crítica de infraestructura. No la idea de craigslist, o el modelo de negocio, ni siquiera el software que lo hace funcionar. El mismo craigslist se extendió cubriendo cientos de ciudades y ya es parte de la consciencia pública sobre lo que es posible ahora. Los puntos de inflexión sólo aparecen echando la vista atrás a los experimentos.

En el cambio gradual de craigslist de "poca cosa aunque interesante" a "transformador y esencial", hay una posible respuesta a la pregunta "Si el modelo viejo está roto, ¿que funcionará en su lugar?". La respuesta es: Nada funcionará, pero todo podría funcionar. Ahora es el momento para experimentar, para hacer experimentos a capazos, y cada uno de ellos parecerá tan poca cosa cuando se lance como pareció craigslist, como pareció wikipedia, como parecieron los volúmenes octavo.

El periodismo siempre ha estado subvencionado. A veces ha sido Wal-Mart y el chaval de la bici. A veces ha sido Richard Mellon Scaife. Cada vez más somos tu y yo, donando nuestro tiempo. La lista de modelos que obviamente funcionan hoy, como Consumer Reports y NPR, como ProPublica y WikiLeaks, no se puede expandir para cubrir cualquier caso general, pero es que nada va a cubrir el caso general.

La sociedad no necesita diarios. Lo que necesitamos es periodismo. Durante un siglo, los imperativos para reforzar el periodismo y para reforzar los periódicos se han entretejido tan apretados que parecían indistinguibles. No ha sido un mal accidente, pero cuando el accidente deja de existir, como esta pasando ante nuestros ojos, en su lugar necesitaremos un buen puñado de otras maneras de reforzar el periodismo.

Cuando cambiamos nuestra atención de "salvar los periódicos" a "salvar la sociedad", el imperativo cambia de "preservar las instituciones actuales" a "haz cualquier cosa que funcione". Y lo que funciona ahora no es lo mismo que lo que solía funcionar.

No sabemos quien es el Aldo Manucio de nuestros tiempos. Podría ser Craig Newmark, o Caterina Fake. Podría ser Martin Nisenholtz, o Emily Bell. Podría ser un chaval de 19 años que pocos conocemos, trabajando en algo que, por tanto, no reconoceremos como vital hasta dentro de una década. Pero cualquier experimento diseñado para proporcionar nuevos modelos de periodismo será una mejora frente al esconderse de la realidad, especialmente dentro de un año cuando, para muchos periódicos, ese futuro impensable sea ya parte del pasado.

Durante las próximas décadas, el periodismo estará hecho de casos especiales solapados. Varios de estos modelos confiarán en amateurs como investigadores y escritores. Varios de estos modelos confiarán en patrocinadores, o subvenciones, o donaciones en lugar de ingresos. Varios de estos modelos confiarán en quinceañeros entusiasmados distribuyendo los resultados. Varios de estos modelos fracasarán. Ningún experimento va a substituir lo que estamos perdiendo con la muerte de las noticias en papel pero, con el tiempo, la colección de nuevos experimentos que funcionan puede que nos de el periodismo que necesitamos.

Esta página es una traducción de un artículo original de Clay Shirky publicado originalmente en su blog titulado Newspapers and Thinking the Unthinkable el 13 de Marzo de 2009.

El artículo origninal es copyright de Clay Shirky, traducido sin autorización el 20 de Marzo de 2009 por Maeghith.